lunes, 21 de octubre de 2013

Una manta y siete años de ventaja

Así como un reloj que de abuelo a padre, de padre a hijo, y así sucesivamente, pasa; como el collar de la familia que portó la abuela, luego la madre y, años después, la nieta; como la fotografía en blanco y negro que heredaré de mi padre que heredó de su padre, como un vestigio certero y firme de que antaño otros eran los que fueron…


Así ha pasado esta manta, de mano en mano, de ciudad en ciudad. Esta manta es, posiblemente, la prueba más concluyente de que algunos pocos somos quienes somos por Berlín. Posiblemente sea la testigo más lúcida que puede recordar nuestros días de gloria y libertad, la única que puede confesar que fuimos yonkis y reyes, pobres y sexys, necios y extraños…

…pero siempre, siempre, fuimos hermanos.

Esta manta multicolor, mullida, elástica y perfecta, que me dio calor en aquellas recias noches bajo cero mientras una Gasheizung de la RDA hacía lo que podía, que para mí era combustionar correctamente y no emitir monóxido de carbono, a punto está de emprender un viaje a Zurich con sus dueños, dos personas peleando 7 años ya únicamente por despertarse juntos un día cualquiera debajo de esta manta, plegarla a una lado de la cama, y completar una ortodoxa y vulgar jornada de trabajo en sus respectivos lugares, ejerciendo la profesión a la cual han dedicado sus estudios.

Creo que no es mucho pedirle al porvenir, y creo que va siendo hora.

Antes fue Berlín… Ahora es Madrid… Die fetten Jahren sind vorbei.

Mis amigos, como Berlín, que nunca dejan de marcharse.

martes, 10 de septiembre de 2013

24HM (VIII)

24 HORAS EN MEKI - PARTE VIII de VIII
 
Meki.

Mi catarsis. Mis memorias de África. El viaje de regreso a mí.

Ésta es únicamente la historia de 24 horas, pero fueron 21 días enteros entre sus gentes.

Podría seguir escribiendo eternamente sobre este viaje, pero es imposible hacer justicia con toda la gente que me crucé y con todo lo que me aportaron, con sólo nombrarlos aquí. Es inmanejable poner por escrito cada pensamiento pasajero o cada emoción rescatada. Y es una causa perdida intentar explicar, a base de narrarlas, las cientos de pequeñas historias inconexas que ahora se enlazan formando un todo con sentido en mi cabeza.

 

Aún así, debiera dedicar una entrada entera a aquel viaje en furgoneta a los lagos Abijata, Shala y Langano, con 3 horas de sueño y una terrible resaca de arake, aturdido completamente por el traqueteo de la carretera bacheada y por los decibelios de la música etíope que martilleaba nuestras cabezas, como la consciencia de que cada viaje en Etiopía tiene un ápice de jugarse la vida y aún así siempre seguimos adelante.

Debiera hablar páginas enteras de la risa contagiosa de la pequeña Magdesh, cuando jugábamos con ella en el compound; de su melena enleonada cuando se deshacía las trenzas; de su felicidad cuando la columpiaba subida a mis pies como en un balancín; de su listeza y su inteligencia para hacerse comprender.

Tendría que hablar mucho de aquel café en casa de Beti, con sus dos hermanos pequeños. Aquella historia familiar imposible de digerir ni con la ricura de su exquisito café con sabor a canela. Aquellos 8 metros cuadrados con dos colchones apilados en el suelo que eran cuanto tenían. De su mirada traviesa, y de sus manos resecas que siempre buscaban las mías en el patio; o de su compañía pese a que no fuéramos capaces de hacernos entender ni 5 palabras.

 

Aparte debiera hablar del abrazo de Hallelujah al despedirnos. De su rostro azabache siempre sonriente y listo para hacer el payaso. De aquel sentir decir adiós a tu hermano pequeño. De la absurda e innecesaria repartición de “I will come back”s como panfletos, cuando emprendimos el último viaje.

Pero también forma parte importante de este viaje el regreso y lo gratificante de poder recordarlo tanto y escribir sobre ello. Y la emoción contenida de mi familia al apearme del AVE, y el bochorno del levante, y la vuelta al trabajo, y la claustrofobia de los primeros días aquí, y el anonimato de la gran ciudad, y las ganas de querer dejarlo todo e irme de nuevo a Meki.

Todo es parte del trato. 


Porque una aventura no es una aventura, si no se tiene un lugar donde regresar.

Muchas gracias a todos los que habéis leído hasta aquí.
 

FIN


sábado, 7 de septiembre de 2013

24HM (VII)

24 HORAS EN MEKI - PARTE VII de VIII

Después de la cena, generalmente, se priorizan temas de índole personal antes de hacer alguna actividad de grupo. Es el momento de las duchas, si hay suerte y ha habido electricidad durante la tarde, con agua templada del termo. Pero no caerá esa breva… También se aprovecha para preparar las clases del día siguiente, mandar algún correo a la familia, etc. Entro a la habitación para abrigarme, y observo a Joaquín embadurnando con Zotal su mosquitera y su cama. Pienso que se le ha ido la chaveta, y lo maldigo porque la habitación huele a gasolina que apesta.

Salgo y me entretengo unos minutos sentado en el patio. Observo el cielo estrellado sobre mi cabeza, y es verdaderamente hipnótico. Creo apreciar incluso la vía láctea, o al menos eso juraría. En la serenidad del momento, pienso en mí, y pienso en toda la gente que he conocido y en su sencilla forma de vivir y afrontar el día a día; recuerdo aquellos dos hombres que me crucé en el camino, cogidos de la mano, en la más natural muestra cultural de afecto. Sobretodo pienso en el progreso, que allá por donde pasara, dejó tras de sí un individualismo creciente del ser humano y una pérdida de su identidad colectiva. Pienso también, que apenas llevo una semana en Meki y me parece que llevara una vida allí, debido a la extrema sensación de desconexión con mi realidad cotidiana, mi trabajo, o mi mundo occidentalizado. Me gusta esta sensación, y la saboreo unos minutos.
 

Al rato, la gente ya ha terminado sus quehaceres. Es momento de jugar a las cartas, guitarrear, proyectar una peli o, simplemente, conversar y conocernos mejor. Este grupo de gente me hace sentir muy bien, y es difícil no pensar en ellos como una apuesta de amistad para, si no toda la vida, una buena parte de ella.

Cuando nos demos cuenta, serán ya cerca de las 12 de la noche; desconozco si esta hora serán las 6 h en horario local. Nadie nunca debe andar despierto a estas horas; únicamente algunos perros callejeros que ladran de horror y espanto ante el acecho de hienas y lobos de cuya existencia sabe la gente local. Es la hora de acostarse.

Entro en la habitación, y como siempre, el quejido de la puerta contra el suelo. Con el pijama largo, metido por dentro de los calcetines, busco a tientas la apertura de la mosquitera. Me siento una princesa Disney cada vez que lo hago. Me inserto en mi saco de dormir, y dejo a mano la linterna y unos tapones para los oídos. Nunca sabes qué ruidos van a intentar desvelarte esa noche.

El silencio absoluto inunda, por fin, Meki, el compound y nuestra habitación. Fandisha todavía tiene fuerzas para escribir unas líneas en su cuaderno de notas. Es siempre la última en dormirse y la primera en levantarse. El sueño me va capturando renglón a renglón de mis pensamientos. A pocos metros de nosotros, en el tejado, un pequeño ratón planea una incursión nocturna, y para ello atravesará todo el techo de la habitación, causando un estruendo que podrá desvelarte si no estás dormido. A pocos metros también, en este mismo lugar, aunque 3,8 millones de años antes, Lucy, la primera homínido de quien se conservan restos óseos, se enamora de un apuesto primate, sin siquiera sospechar que su descendencia andará hablando de su amor primitivo 3,8 millones de años después.

Y 3,8 millones de años después, en el mismo lugar que Lucy, un joven caucásico se enamora también, aunque sin saber de quién, sin saber el cómo, y sin saber por qué.
 
 
(Continuará)
 

miércoles, 4 de septiembre de 2013

24HM (VI)

24 HORAS EN MEKI - PARTE VI de VIII

A partir de las 6 de la tarde, 12 h en la referencia local, nos encontraremos en el bar de la esquina, y tomaremos asiento en unos bancos de madera improvisados en una terraza diminuta, pero situada en un privilegiado enclave de nuestra calle, donde 5 caminos confluyen y hay palco VIP para ver la vida pasar. Pedimos unas St. George’s, la cerveza local, y comentamos las anécdotas del día y cualquier escollo imprevisible que hayamos tenido que superar por la bananera idiosincrasia del pueblo etíope.


Mientras, enfrente en el cielo, el sol ya se ha escondido, y todas las gamas del añil comienzan a teñir el paisaje. El alboroto de la gente va callando, como una respiración que se apaga lentamente, y el remanso y la quietud se adueñan del ambiente. El día está a punto de terminar para muchos habitantes, pues carecen de suministro eléctrico, y nada puede hacerse ante la llegada implacable de la noche cerrada sin luna.

Pasan algunos minutos de las 7 de la tarde, y decidimos volver al compound. Es un paseo corto, pero con linterna. Lo hago en silencio, absorto en mis pensamientos. Me entretengo observando en frente de mí la silueta de Carol, que camina siempre desenfadada con las manos cogidas en su espalda. Un gato fisgón llama mi atención al lado del camino. Sus ojos brillan como faros cuando lo alumbro con la linterna. Otro faro, el de una motocicleta que viene hacia nosotros, me deslumbra y me causa una breve y momentánea ceguera tras esquivarnos. Mientras, procuro no pisar los charcos remanentes del camino…

…Y pensando en todo ello a la vez, llegamos al compound. Son las 7.15 h, y las chicas deben estar a punto de servir la cena.

(Continuará)
 

domingo, 1 de septiembre de 2013

24HM (V)

24 HORAS EN MEKI - PARTE V de VIII

A las 3 de la tarde, las 9 en horario local, llega el momento de hacer el recorrido más difícil de todo el día: aquél que comienza en el compound y termina en el colegio, cargando con 2 ó 3 balones encima. Te están esperando como a la salida del túnel de vestuarios; te ven a lo lejos y corren hacia ti, entonando su “You! You!” tan característico. Porque realmente no llevas un balón; llevas el tesoro del rey Salomón. Los niños llegan finalmente hasta ti y te arrancan los balones de las manos, no sin antes colgársete de los brazos y de la chepa. Comienza el rato del patio, y con él, la forja de muchas amistades y relaciones personales con los chicos y chicas. En tres horas me dará tiempo a jugar al fútbol, a rugby, a baloncesto, a pillar, a las palmitas, así como a bromear, a preguntar y a conocer con detalle las realidades familiares de aquellos con quien compartes un rato de tu tiempo en el patio. 


El patio también es aquel momento en que te pueden hacer preguntas para las cuáles crees tener una respuesta, pero en ese momento te percatas de que no es así. “Are you married?” "No?” "You don’t have girlfriend?” "Why not?” "Which is your work in Spain?”

“If people in Spain don’t work for agriculture or farming, what do they work on?” Cómo explicarle a este inquieto chico que el trabajo de millones de personas en España consiste en sentarse delante de un ordenador, contestar correos electrónicos, encabronarse con un prójimo que ni siquiera se le conoce, acatar las órdenes de un jefe y aplicar unos procedimientos para no tener que pensar? ¿Cómo explicarle que nuestro trabajo tiene tan poco de “trabajo”?

Por las tardes es también el momento de las ceremonias del café. La ceremonia del café consiste en un sacro gesto de gratitud que una persona, y por extensión, su familia, tiene hacia ti, invitándote a su muy humilde hogar a tomar café. Parece obvio que ello no se parece al método occidental, donde uno llega a casa ajena, enchufan la Nespresso, y al minuto se está tomando el café. No.

Te acompañarán hasta su casa. Al llegar, conocerás a los 4 ó 5 hermanos de tu anfitrión, como mínimo, y la santa mujer que gobierna el hogar, quién habrá preparado todo con pulcritud para tu recibimiento. Si tienes suerte, conocerás también al padre de la familia. Aunque sólo si tienes suerte.



La bandeja con las tazas reposa sobre un mantel de finos juncos recién cortados. El brasero está recién encendido, pero ya se adivina el color anaranjado brillante de su incandescencia. El habitáculo huele a suave incienso, que arde desde una esquina de la casa. La sensación es relajante y apaciguadora, como un bálsamo telúrico que te baña de los pies a la cabeza.

El café está todavía en grano, sin tostar. La matriarca de la familia, sentada o desde una posición genuflexa, comienza el ritual preparando palomitas de maíz, que acompañarán de principio a fin la ceremonia. Vierte en un cazo un dedo de aceite de palma, habitualmente consumido allí, lo calienta al brasero, y acto seguido echa los granos de maíz y tapa el cazo. Al minuto comienza a escucharse la eclosión de los granos, y su metamorfosis en esponjitas blancas de forma indefinida. Agita el cazo a un lado y a otro para repartir el calor y evitar que las más perezosas se quemen. Al poco deja de escucharse su actividad, y es la señal de que están listas. Nos las sirven en bandejas, obviamente sin sal, ya que por todos es sabido que lo salado no marida con el café azucarado en el paladar. Están muy ricas, tanto, que invitan a comérselas a puñados.

Le llega el turno al café. El grano sin tostar aparenta llevar un disfraz de cacahuete. Se vierten en una sartén pequeña, y de nuevo al brasero. El aroma empieza a emanar al instante; se mezcla con el incienso y el propio olor a hogar de los 10 metros cuadrados donde yacemos. Es embriagador. Observo mudo el cambio de color del café y el humo blanco que se desprende, y apenas acierto a seguir la conversación de mis compañeros.

Tras unos 15 minutos de meticuloso escaldado del grano, es el momento de molerlo. Desafortunadamente, el molinillo de café parece ser un invento demasiado vanguardista para Meki, y la molienda se hace en un cuenco, golpeando los granos con una vara de hierro propia de un mallado de obra. El fierro es tan pesado que, aunque el golpeo se hace a unos 3 metros de nosotros, al sonido sordo de éste contra el grano molido le acompaña un temblor de tierra perceptible. 


Finalmente, el café molido se traspasa a la cafetera local, donde se le añade agua y se azucara en la justa medida. El agua hierve en poco tiempo, gracias a un carbón, ahora sí, naranja brillante. De la cafetera se van sirviendo las tazas, hasta el rebose, y se repartirán entre los presentes. Lo pruebo, y está verdaderamente rico. En la sala continúa la distendida plática, mientras que la madre permanece atenta a las tazas recién vaciadas para añadir más café en ellas. Es habitual en estas ceremonias tomarse 3 ó 4 cafés que, por suerte, no excitan tanto como el que consumimos habitualmente. Cuando me quiero dar cuenta, ya ha pasado más de una hora y media. El tiempo transcurre de otra manera en Meki, y hay pocas formas mejores de emplearlo que asistiendo a una ceremonia del café.

(Continuará)
 

miércoles, 28 de agosto de 2013

24HM (IV)

24 HORAS EN MEKI - PARTE IV de VIII
 
Desde el patio ya se aprecia actividad en el comedor, y ello me genera una alegría inmediata. Felipe andará posiblemente terminando un artículo para el blog, y Jorge atendiendo a cualquier menester logístico para que no nos falte de nada. A cada paso se adivina más intenso un aroma: el dulce olor al carbón que cocina nuestra comida. Tiene un efecto balsámico sobre mí, y me hace sentir como en casa. Esta fiesta para el olfato me secuestra y me lleva hasta donde hay otra fiesta: la fiesta en la cocina con las chicas del hostel. Ellas son Menyilu, Busi, Tihitina, Azmera, y Aynalem, y todos los días cocinan para nosotros y nos sirven los manjares que llevan horas preparando. Ríen y alborotan como cinco hermanas; son tiernas y tímidas al mismo tiempo. Pero sobretodo son el alma etíope de nuestra casa, algunas de las personas que hacen valer la pena de verdad este viaje. 


"¡Sawet wesa balú!" ¡La comida está lista! – gritan las chicas. Hoy toca pasta con un picadillo de cebolla que nos encanta. También hay remolacha, berenjena, algo de ensalada y, cómo no, injera, el alimento estrella etíope, consistente en una creppe esponjosa y ácida al gusto, la cual acompaña cualquier comida susceptible de poder recogerse con un jirón de ésta y llevarse cómodamente a la boca. Aunque nosotros no perdonemos con ello, el uso de cubiertos para comer no es algo tan habitual entre la cultura local.

Y tras la comida, nuestro momento de asueto. Hay quien preparará las clases de mañana, quien se echará una cabezada en la habitación, o quién se quedará para pedirme alguna de Sabina o de Ismael. Y aun si todo ello fallara, siempre queda la única atracción perenne de todos los días: contemplar el vuelo circular del abejorro del patio, el cual día tras otro se adueña de los mismos cuatro metros cuadrados del patio, y vigila pertinaz su territorio en sentido horario, no dudando en perseguir a cualquier insecto intruso más allá de donde se pierde la vista.

Paralelamente, si se trata de un lunes o un jueves, en algún lugar de Meki nuestra quietud se contrasta con el frenético ir y venir de gente en el día de mercado; un estallido de colores esperando ser cambiados por unos pocos birrs para poder vivir. Un hervidero de puestos colocados en un perfecto y ordenado caos; las patatas, las cebollas, el maíz, el grano, las judías, las zanahorias, las berenjenas, el chile, las legumbres, las especias, los huevos, el azúcar, la sal… Todo el género está recién recolectado y debidamente expuesto sobre una tela. Los caminos, anegados de barro, están atestados de gente, bloqueados por el tortuoso paso de los carros y las maniobras de los animales. Y los niños que después echaremos de menos en el patio del colegio, ayudando a sus padres en la dura tarea del mercader.


(Continuará)


domingo, 25 de agosto de 2013

24HM (III)

24 HORAS EN MEKI - PARTE III de VIII

Ha ido bien durante la mañana con los mayores. Abandono la clase para dirigirme a Primaria, recibiendo una calurosa despedida de los alumnos. Al respirar el aire del patio, me percato de lo cargado que está el aire dentro del aula, saturado de humanidad, algo consecuente de la cantidad de gente concurriendo en el mismo espacio semicerrado. En tercero curso hay menos alumnos y son más pequeñines, así que no debo padecer por la atmósfera del lugar.

Al entrar en clase, se repite la ceremonia de bienvenida. Ellos incluso entonan una pequeña tonadilla a capella, el “Good Morning Teacher”. Sus sonrisas van de oreja a oreja, y sus ojos permanecen muy abiertos. Diría que están encantados de mi presencia allí, sin haber hecho nada todavía. Hay cosas que cuestan menos de ver que que te las digan. 


Con los pequeños es más apreciable el simpático fenómeno de las estrafalarias vestimentas. Es un hecho que el 80% de las familias no podrá siquiera elegir sus indumentarias comprándolas en el mercado, de modo que muchos niños visten con la ropa que el colegio les habrá podido hacer llegar mediante donaciones de voluntarios, etc. Así pues, es frecuente ver niños vestidos con americanas y zapatos de vestir, con combinaciones estrambóticas de camisas y pantalones, o con vestidos y complementos descontextualizados, fruto de esta circunstancia. En los mayores se observa menos, ya que, por un lado, posiblemente ya tiene cierta importancia, para un adolescente, un ligero sentido de la estética, y por otro lado, en general las familias dedican más recursos a los miembros más mayores que a los más jóvenes.

Son las 6.40 h en Meki, las 12.40 h para entendernos. Una sirena para las clases de los mayores, y su réplica en forma de gong sobre un artilugio metálico cóncavo para los pequeños, anuncian el final de la jornada lectiva. Abandono la clase entre la sonrisa de los pequeños, y cruzo el patio con olor a hierbabuena como un profeta, como un Mesías al que todos los niños quieren tocar para despedirse, dirigirle una mirada de complicidad o robarle un segundo de predilección. Preguntan: “You! You! What’s your name?” como forma de entablar conversación, como quién diría “¡Hola! ¿Qué tal?”. Infinitas veces repetí mi nombre ante aquellos curiosos muchachos que lo recibían y lo repetían con extrañeza, tratando de asimilar el fonema /J/ tan foráneo para ellos. Desde la puerta del colegio, resuelvo de nuevo el laberinto de charcos y boñigas, para regresar al compound en apenas un minuto.

(Continuará) 


miércoles, 21 de agosto de 2013

24HM (II)

24 HORAS EN MEKI - PARTE II de VIII

A las 8.20 a.m. empiezan las clases en la Meki Catholic School, 2.20 h en horario local. Los etíopes emplean una referencia práctica para el control de las horas. Dado que durante todo el año apenas hay variación entre la hora del amanecer y de la puesta del sol, durando tanto el día como la noche 12 h, la hora de salida del sol es la hora 0. Todo el mundo se despierta a esta hora y el día empieza a rodar.

Son las 7.30 a.m. y tengo un ratito para repasar la clase de hoy. En 9º A, B y C explicaré los condicionales, porque ya entienden bastante bien el present simple, el past simple, el present perfect y future simple, aunque luego no se muestren absolutamente nada fluidos en la expresión oral. En 3º A y B aprenderemos las profesiones. Unas horas después descubriré con ternura cómo todos quieren ser médicos, profesores o ingenieros.

Es la hora de ir a clase, y el sol quiere empezar a asomarse a través del día nublado. Me pongo mi chubasquero amarillo. Lo hago siempre, haga malo o luzca el sol. Ninguna de las dos condiciones es garantía de que no vaya a volver a llover en el transcurso de la mañana. El guarda del compound me da los buenos días y piso la calle que apenas he de cruzar para entrar en el colegio. Aún así, no es tarea fácil. Ésta es un absoluto barrizal y hay que resolver el laberinto de remontes que permiten sortear los charcos y los excrementos de los animales.

Un desfile de hombres y mujeres, gari-garis y algún que otro camión, es ya habitual a estas horas del día. La lluvia reciente ha intensificado el aroma a huerto y a campo fértil, y me hace evocar algún paseo en bicicleta entre las huertas de mi Valencia natal. Pero la brevedad del trayecto no me permite concentrarme más en ello, porque en menos de 1 minuto he entrado en el colegio y, con tan sólo otro más, habré alcanzado mi clase.

El profesor nativo y yo entramos al mismo tiempo en el aula, atestada de estudiantes. Todos se ponen de pie al mismo tiempo, como autómatas, para recibirnos. Hoy deben ser unos 80. Los pupitres son de dos personas, aunque es frecuente ver incluso tres bigardos hechos y derechos compartiendo pupitre y sacando una pierna por fuera de éste. Es noveno curso, luego la media de edad es de 15 ó 16 años. Hay quien puede tener unos 20 debido a una tardía escolarización, pero pasa desapercibido. 


El número de pupitres anda ajustado al tamaño del aula. La iluminación natural que entra a través de las ventanas es suficiente para permitir dar la clase, aunque los días plomizos, los alumnos díscolos de las últimas filas apenan podrán seguir la clase en una pizarra que abarca toda la pared frontal, presidida por un crucifijo católico o, en su defecto, una sencilla fotocopia en blanco y negro de éste.

Me resulta incómodo tener que dar el permiso para sentarse de nuevo. Me hace sentir un cura en una iglesia. Igual que cuando doy la palabra a cualquier alumno aventajado que quiere responder una pregunta planteada. Se levantarán en su sitio antes de contestar. Debo aceptarlo simplemente; no es mi cometido valorar, y ni mucho menos, cambiar sus costumbres.

Si no fuera por estos alumnos espabilados, mis preguntas no pasarán de retóricas, y me dan el feedback suficiente para entender que no es asunto de que mi inglés resulte incomprensible, sino que simplemente la concurrencia anda dormida y amilanada a esas horas. Lo único perfectamente comprensible del momento, en Meki, y en cualquier lugar.

Contra el tedio matutino, me gusta escuchar sus risas cuando les parodio o cuando hago el payaso para explicar cualquier idea. Me gusta sacarlos a la primera línea y hacerles actuar. Ellos corresponden participando, a regañadientes, pero agradecidos hacia sus adentros.


(Continuará)
 

lunes, 19 de agosto de 2013

24HM (I)

24 HORAS EN MEKI - PARTE I de VIII

Son las 6 a.m. en Meki, Etiopía, una hora menos en España, y las 0 h en el horario local. Todos dormimos, aunque mi sueño no es del todo profundo. Desde algún lugar, ya temprano, percibo el pregón ortodoxo como una letanía, un cántico quejumbroso y lastimero, aunque penetrante, que sale de un alejado altavoz y llega hasta mi duermevela. Una tenue claridad mancha la habitación, pero todavía es temprano para nosotros.

No obstante, en algún lugar de Meki, cientos de jornaleros esperan sentados sobre unas montañas de escombros, con gravedad en el rostro, a ser escogidos por los patrones para ganar su jornal trabajando la tierra. No hay buen humor. El trabajo es duro, y está lloviznando. Llueve sobre el mojado de días atrás, y nuestra ropa tendida no termina de secarse.

Son las 6.40 a.m. La afanosa Fandisha comienza a deslizarse sigilosa por la habitación. Llega a la puerta y es inevitable; está hinchada de la humedad y roza contra el suelo, provocando un estruendo cada vez que se abre y se cierra. La intuyo pasar a través de la microretícula de mi mosquitera, y pienso que tengo 20 minutos de concesión, todavía, hasta que el nuevo día empiece. Me regocijo en el confort que me proporciona ese velo de tul acampanado que se descuelga desde el techo. No es más que un escudo protector de apenas medio milímetro de grosor, pero a mí se me antoja una verdadera cota de malla contra los afilados aguijones de los insectos. 


Mi alarma suena por fin, y dan las 7 a.m. Me acicalo un poco y llego al comedor. El desayuno está listo, porque las Chicas se han encargado la última hora de calentar agua, preparar café e ir a comprar pan. Me siento a la mesa y comparto mi cara de dormido con el resto de mis compañeros. Comentamos quién ha roncado esa noche o qué extraños y furtivos sonidos nos han desvelado. Creemos que hay un ratón que merodea los tejados, porque algunos lo han visto salir de la despensa. Hablan de él como un ser leviatanesco, pero no creo que sea más que un mero ratoncito despistado.

¡El Malarone! Ya se me olvidaba... Fundamental para seguir viviendo en el País de las Maravillas. Por suerte no me da reacciones adversas y sólo me provocó pesadillas el primer día. Y antes de comenzar el día, un breve paso por taquilla. "Intimidad" es una palabra que hay que eliminar del diccionario mientras se está en Meki. La escena de salir de la letrina y encontrarme a Nerea lavándose los dientes, fue el déjà vu más repetido.

(Continuará)
 

jueves, 11 de julio de 2013

Allá en la Etiopía vivía un Rasarum

...Rasarum...Rasarum...Rasarum...

...Ra...   ...sa...   ...¡RUM!...

Qué duda cabe de que voy a intentar convertirme en leyenda viva intentando bailar el primer Rasarum en Etiopía.

No es que viviera un Rasarum en Etiopía. Es que es el 16º país del mundo en población con 84 millones de personas. Un país el doble de grande que España, con el doble de población que España, pero 30 veces más pobre que nosotros. 

Como curiosidades, aprendí hace poco que Etiopía es el único país de África que no ha sido colonizado por el primer mundo (bueno, sí, durante 5 años por Italia), y que tiene lengua escrita y religión propias.

En estos tiempos donde la mejor manera de decir es hacer, he elegido Meki, Etiopía, para materializar, por fin, mi anhelo de ser algún día cooperante internacional. Espero que tantos campamentos de verano a mis espaldas me den el bagaje suficiente para dar el do de pecho en esta increíble experiencia. 

Todo puede pasar. Todo está por escribirse. El viaje empieza mañana.

Para saber de mí y de nosotros, seguidnos en el blog de "Living Meki".

sábado, 4 de mayo de 2013

#NoOblidem



La plaça estava assetjada, així com els seus carrerons. La Verge està acostumada a vore les mateixes cares cada tercer de mes, i no s'esperava que aquesta, la vegada que fa 79, hagués de ser diferent. 79 vegades desoït el mateix missatge. Però no per això prescriu la manca d'ètica i la necessitat de responsables polítics.

A la plaça hi èrem tots. Bé, no tots. Ni Canal 9, ni Juan Cotino ni son germà van assitir. Puntualment, a les 19 h, es sentien els primers aplaudiments i es pronunciaven les primeres paraules. El súbit soroll dels altaveus, potser, va esglaiar una vintena de palomes que van prendre a volar, definitivament, com si d'un instant olímpic es tractés. Va ser espontani, a més de bell. I mentre aquestes feien un curt vol migratori pel cel de la plaça, es va demanar 5 minuts de sil·lenci per tu i per tots.

I aquest és el sil·lenci. El llarg i respectuós sil·lenci de milers de persones per la teua memòria, per la teua vida que es va truncar, per tots els plans que tenies per fer, per la visita a Berlín que no em faríes, per la manca d'explicacions. Un sil·lenci que res té a veure amb el, també llarg, encara que indecent i inmoral sil·lenci de l'administració, que només es trencava per escoltar mentides i falsos testimonis.

Finalment, l'ovació tancada. Els crits i la ràbia. La consciència de que fa falta el suport de la gent, i en aquest cas, la casta d'un programa de televisió, per tal d'evitar que el sentiment no mora, que l'empenta no s'ature. I a la periodista de El País que em preguntava si pensava que, com a part de la societat, estava en deute amb els vostres familiars, no vaig saber explicar-li que, molt de temps enrere, ja vaig haver de fer les paus amb tu per tal de continuar endavant.

La vida, verd i fràgil tall que brota,
l'arrancada esta mort obscura i fera,
¿per què te'n has anat, fervent granota,
ara que el teu Llevant torna a Primera?

No m'importa que pugues enfadar-te
(¿ho saps?, fins quan t'enfades eres tendra)
quan sàpigues que escric per a tornar-te
les flames del teu cor en esta cendra.

De tots els teus amics, la més volguda,
esvalotant com un lloro en la gàbia,
així et recordaré, ma dolça Majo.

Quan arribes al cel fes-me perduda,
i podré descansar sense més ràbia,
ni més dolor, ni metros del carajo.

Estigues bé allà on estigues.

sábado, 20 de abril de 2013

Tu ho dius millor que jo

Escric sota una lluna amarga com la fel.
(Ja sé que açò que em passa, no és res de l'altre món...)
Tinc l'ànima coenta com la planta d'un peu.

Em pessen les sabates com si fossen de plom.
No tinc ganes d'escriure, si vols que et parle clar.
Només tinc ganes ara, de rascar-me els genolls.

Vicent Andrés Estellés