lunes, 21 de octubre de 2013

Una manta y siete años de ventaja

Así como un reloj que de abuelo a padre, de padre a hijo, y así sucesivamente, pasa; como el collar de la familia que portó la abuela, luego la madre y, años después, la nieta; como la fotografía en blanco y negro que heredaré de mi padre que heredó de su padre, como un vestigio certero y firme de que antaño otros eran los que fueron…


Así ha pasado esta manta, de mano en mano, de ciudad en ciudad. Esta manta es, posiblemente, la prueba más concluyente de que algunos pocos somos quienes somos por Berlín. Posiblemente sea la testigo más lúcida que puede recordar nuestros días de gloria y libertad, la única que puede confesar que fuimos yonkis y reyes, pobres y sexys, necios y extraños…

…pero siempre, siempre, fuimos hermanos.

Esta manta multicolor, mullida, elástica y perfecta, que me dio calor en aquellas recias noches bajo cero mientras una Gasheizung de la RDA hacía lo que podía, que para mí era combustionar correctamente y no emitir monóxido de carbono, a punto está de emprender un viaje a Zurich con sus dueños, dos personas peleando 7 años ya únicamente por despertarse juntos un día cualquiera debajo de esta manta, plegarla a una lado de la cama, y completar una ortodoxa y vulgar jornada de trabajo en sus respectivos lugares, ejerciendo la profesión a la cual han dedicado sus estudios.

Creo que no es mucho pedirle al porvenir, y creo que va siendo hora.

Antes fue Berlín… Ahora es Madrid… Die fetten Jahren sind vorbei.

Mis amigos, como Berlín, que nunca dejan de marcharse.