miércoles, 7 de septiembre de 2011

Lana y Miguel

Esta es una doble historia de amor: el amor entre dos personas, y el amor a una gran ciudad.

Pero también es el testimonio vivo de que la vida que soñábamos tener y que al final resultó ajena a nosotros, estaba ahí simplemente para cuando hubiéramos querido tomarla.

Era septiembre, Berlín del 2006. Lana fue la primera persona que, por el mero hecho de conocerla, me proporcionó bienestar. Descubrí que le gustaba sonreír. Le encantaba preocuparse por el bienestar de los demás. Más tarde descubrí que tenía la habitación más bonita de Siegmunds Hof. Pero eso es otra historia.

Miguel llegó más tarde y tuvo mucha suerte. Le tocó la habitación más grande. Yo tuve suerte con él. Cocina muy bien, y aprendí algún que otro recurso que todavía hoy aplico. Me gustaba su compañía. Más tarde descubrí que tenía un muy buen gusto por la música. Pero eso es otra historia.

Lana y Miguel se hicieron muy amigos. Los veía pasarlo muy bien juntos. Siempre que sucede esto pienso: "¿y por qué no más?". Por suerte ellos también lo pensaron, y vieron que dos era mejor que uno más uno. Yo dejé Siegmunds Hof, pero ellos siguieron cuidando de mi Casa. El resto de lo que quiero contar ya no sé hasta que punto es fruto de mi invención. Pero, qué importa...


Miguel hubo de volver a España. Lana se quedó terminando de estudiar en Berlín. Pasó un año, pero esta historia siguió imperturbable. Yo mientras, qué estaría haciendo con mi vida... Saliendo hasta muy tarde, echando algo de menos, o viendo ponerse el sol desde el puente de Warschauer Strasse. Pero eso es otra historia. Cuando hube de volver a casa, Lana ya había planeado irse con Miguel a España. Había empezado a estudiar castellano, y por esas fechas ya podía uno mantener una conversación sencilla con ella. Era julio, Berlín de 2008.

Qué asombroso gesto... He olvidado decir que Lana es rusa... Pero, ¿acaso cambia algo?

Lana y Miguel estuvieron viviendo un largo tiempo en España. Supongo que al principio les daba para ir tirando. Luego la crisis les dio de lleno, como a todos. Una vez, Lana tuvo que venir a Valencia a trabajar unos días. Se quedó en mi casa. Poder ofrecerle techo tanto tiempo después fue una forma quasijusta de devolverle su amistad a través del tiempo y la distancia. Fue muy reconfortante volver a hablar con ella y a contarnos las cosas. Descubrí entonces que era un poco bruja, porque tenía una indescriptible capacidad de traspasar la coraza del corazón y saber que algo pasaba.

"Te encuentro tenso, preocupado". Y yo lo estaba.

A la mañana siguiente tuvo que irse. A mí me dio mucha lástima lo frugal del encuentro. Pero eso es otra historia.

Antes de irse, Lana me había dicho que se casaba con Miguel. Me invitó a la boda, pero no pude asistir. Ahora lo lamento mucho. Fue un casamiento muy especial. Todos se disfrazaron de piratas y la ceremonia tuvo lugar en la playa.

Parece que en España siguió sin irles todo lo bien que desearían. Y así, sin más, decidieron coger el coche e irse a Berlín, la ciudad donde todo había empezado, a volver a empezar una vida. Era abril, Berlín de 2011.

Si algo tiene Berlín es que nunca aprieta. Te lo pone fácil para empezar. Siempre habrá una bicicleta por 10€ esperándote, un mercado turco regalando frutas y verduras al cierre, alguien a quien le sobre un sofá o un catre de cama. Y sobretodo, citando a Miguel, "en el sitio más inesperado se encuentra algo interesante e inspirador".


Y ahí están. Lana y Miguel. Como tú y como yo. La vida que soñamos tener cuando pensamos: "volvamos a Berlín y seamos artistas". Artistas, escritores, actores, punkys, extravagantes, indigentes... Vivamos de lo que nos brinde el día; salgamos a la calle y dejemos que las cosas nos sucedan. Tumbémonos en un parque, durmámonos en un tram, colémonos en una fiesta, paseemos con una cerveza en la mano, respiremos cosmopolitismo...


Pero nunca nos atrevimos.

Ahora somos esclavos de una rutina, marionetas de unos políticos, víctimas de un sistema... Unos vulgares seres del montón que hicieron lo que todos. Por eso, cuando sé de una historia como ésta, me entra una conmocionadora nostalgia. Y pienso qué estará siendo de aquella vida que sigue ahí, en algún limbo, esperando a que alguien la quiera tomar.

Lana y Miguel.

Y yo... pero eso es otra historia.