sábado, 7 de septiembre de 2013

24HM (VII)

24 HORAS EN MEKI - PARTE VII de VIII

Después de la cena, generalmente, se priorizan temas de índole personal antes de hacer alguna actividad de grupo. Es el momento de las duchas, si hay suerte y ha habido electricidad durante la tarde, con agua templada del termo. Pero no caerá esa breva… También se aprovecha para preparar las clases del día siguiente, mandar algún correo a la familia, etc. Entro a la habitación para abrigarme, y observo a Joaquín embadurnando con Zotal su mosquitera y su cama. Pienso que se le ha ido la chaveta, y lo maldigo porque la habitación huele a gasolina que apesta.

Salgo y me entretengo unos minutos sentado en el patio. Observo el cielo estrellado sobre mi cabeza, y es verdaderamente hipnótico. Creo apreciar incluso la vía láctea, o al menos eso juraría. En la serenidad del momento, pienso en mí, y pienso en toda la gente que he conocido y en su sencilla forma de vivir y afrontar el día a día; recuerdo aquellos dos hombres que me crucé en el camino, cogidos de la mano, en la más natural muestra cultural de afecto. Sobretodo pienso en el progreso, que allá por donde pasara, dejó tras de sí un individualismo creciente del ser humano y una pérdida de su identidad colectiva. Pienso también, que apenas llevo una semana en Meki y me parece que llevara una vida allí, debido a la extrema sensación de desconexión con mi realidad cotidiana, mi trabajo, o mi mundo occidentalizado. Me gusta esta sensación, y la saboreo unos minutos.
 

Al rato, la gente ya ha terminado sus quehaceres. Es momento de jugar a las cartas, guitarrear, proyectar una peli o, simplemente, conversar y conocernos mejor. Este grupo de gente me hace sentir muy bien, y es difícil no pensar en ellos como una apuesta de amistad para, si no toda la vida, una buena parte de ella.

Cuando nos demos cuenta, serán ya cerca de las 12 de la noche; desconozco si esta hora serán las 6 h en horario local. Nadie nunca debe andar despierto a estas horas; únicamente algunos perros callejeros que ladran de horror y espanto ante el acecho de hienas y lobos de cuya existencia sabe la gente local. Es la hora de acostarse.

Entro en la habitación, y como siempre, el quejido de la puerta contra el suelo. Con el pijama largo, metido por dentro de los calcetines, busco a tientas la apertura de la mosquitera. Me siento una princesa Disney cada vez que lo hago. Me inserto en mi saco de dormir, y dejo a mano la linterna y unos tapones para los oídos. Nunca sabes qué ruidos van a intentar desvelarte esa noche.

El silencio absoluto inunda, por fin, Meki, el compound y nuestra habitación. Fandisha todavía tiene fuerzas para escribir unas líneas en su cuaderno de notas. Es siempre la última en dormirse y la primera en levantarse. El sueño me va capturando renglón a renglón de mis pensamientos. A pocos metros de nosotros, en el tejado, un pequeño ratón planea una incursión nocturna, y para ello atravesará todo el techo de la habitación, causando un estruendo que podrá desvelarte si no estás dormido. A pocos metros también, en este mismo lugar, aunque 3,8 millones de años antes, Lucy, la primera homínido de quien se conservan restos óseos, se enamora de un apuesto primate, sin siquiera sospechar que su descendencia andará hablando de su amor primitivo 3,8 millones de años después.

Y 3,8 millones de años después, en el mismo lugar que Lucy, un joven caucásico se enamora también, aunque sin saber de quién, sin saber el cómo, y sin saber por qué.
 
 
(Continuará)
 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta mucho lo que escribes y las músicas que pones- Me gustaría saber de quién son. Gracias Juli, Ana.

Ferran Romput dijo...

Aquesta és preciosa (excepte la imatge mental de Juli-princessa Disney). Paga la pena estar-ho, encara que ni sàpigues de qui, de què ni com.