miércoles, 28 de agosto de 2013

24HM (IV)

24 HORAS EN MEKI - PARTE IV de VIII
 
Desde el patio ya se aprecia actividad en el comedor, y ello me genera una alegría inmediata. Felipe andará posiblemente terminando un artículo para el blog, y Jorge atendiendo a cualquier menester logístico para que no nos falte de nada. A cada paso se adivina más intenso un aroma: el dulce olor al carbón que cocina nuestra comida. Tiene un efecto balsámico sobre mí, y me hace sentir como en casa. Esta fiesta para el olfato me secuestra y me lleva hasta donde hay otra fiesta: la fiesta en la cocina con las chicas del hostel. Ellas son Menyilu, Busi, Tihitina, Azmera, y Aynalem, y todos los días cocinan para nosotros y nos sirven los manjares que llevan horas preparando. Ríen y alborotan como cinco hermanas; son tiernas y tímidas al mismo tiempo. Pero sobretodo son el alma etíope de nuestra casa, algunas de las personas que hacen valer la pena de verdad este viaje. 


"¡Sawet wesa balú!" ¡La comida está lista! – gritan las chicas. Hoy toca pasta con un picadillo de cebolla que nos encanta. También hay remolacha, berenjena, algo de ensalada y, cómo no, injera, el alimento estrella etíope, consistente en una creppe esponjosa y ácida al gusto, la cual acompaña cualquier comida susceptible de poder recogerse con un jirón de ésta y llevarse cómodamente a la boca. Aunque nosotros no perdonemos con ello, el uso de cubiertos para comer no es algo tan habitual entre la cultura local.

Y tras la comida, nuestro momento de asueto. Hay quien preparará las clases de mañana, quien se echará una cabezada en la habitación, o quién se quedará para pedirme alguna de Sabina o de Ismael. Y aun si todo ello fallara, siempre queda la única atracción perenne de todos los días: contemplar el vuelo circular del abejorro del patio, el cual día tras otro se adueña de los mismos cuatro metros cuadrados del patio, y vigila pertinaz su territorio en sentido horario, no dudando en perseguir a cualquier insecto intruso más allá de donde se pierde la vista.

Paralelamente, si se trata de un lunes o un jueves, en algún lugar de Meki nuestra quietud se contrasta con el frenético ir y venir de gente en el día de mercado; un estallido de colores esperando ser cambiados por unos pocos birrs para poder vivir. Un hervidero de puestos colocados en un perfecto y ordenado caos; las patatas, las cebollas, el maíz, el grano, las judías, las zanahorias, las berenjenas, el chile, las legumbres, las especias, los huevos, el azúcar, la sal… Todo el género está recién recolectado y debidamente expuesto sobre una tela. Los caminos, anegados de barro, están atestados de gente, bloqueados por el tortuoso paso de los carros y las maniobras de los animales. Y los niños que después echaremos de menos en el patio del colegio, ayudando a sus padres en la dura tarea del mercader.


(Continuará)


1 comentario:

Emili dijo...

Es gratificante poder compartir mínimamente la experiencia a través de tan cuidado relato. Disfruta lo que queda del bonito viaje a otro mundo y si ves a un tal Pepe Pravia que casualmente anda por esos lares en una experiencia similar, dale recuerdos de mi parte.

Un abrazo
Emili