No se cumplen años todos los días. Por eso lo celebramos. Y el vigesimoquinto aniversario no es como los demás aniversarios; tiene algo de especial, tal vez por significar un cuarto de siglo. Si a ello le sumamos los últimos acontecimientos con los que la vida me ha agraciado, había motivo para celebrarlo de la manera más especial posible.
Había motivo. Y tanto que ha sido especial; el mejor de mi vida, sin duda. Porque he podido contar con todas las personas que pretendía, y todos ellos me han sorprendido con originales e inesperados regalos y muestras de afecto.
Para empezar, los Scouts decidieron juntarse una tarde para producir casi una comedia de largometraje, parodiándome y grabándose en vídeo, para luego, por sorpresa y tras una reunión, pasarme el rodaje ante mi estupefacción. Durante los 30 minutos que duró no pude cerrar la boca de incredulidad. Óscar al mejor vestuario y el mejor guión, sin duda.
Durante las Fallas he podido quedar con la gente de clase, con quienes empiezo a sentirme integrado y parte de ellos mucho tiempo después de romper con la rutina universitaria por mi exilio de dos años. También recibí sus felicitaciones.
La familia y los amigos de siempre, nunca fallan.
Pude pasar un par de horas con mi hada madrina en la Nit del foc. Poder verla cada vez que a su tierra vuelve, no se puede pagar con nada en el mundo.
David nos hizo cena en el Café Teatro La Passion, muy rica y por buen precio, y pude estar con personas a las que, aunque desaparecen del día a día por causas del destino, echo de menos igual. Terminé aquella noche bailando en el escenario seducido por un Drag Queen. Son graciosas esas noches que parece que van a terminar la mar de tranquilas, y se te acaba relacionando con gente de dudosa reputación.
Y el colofón, el viaje a Madrid de este fin de semana. Es indescriptible lo bien que me hace sentir esta gente cada vez que estoy con ellos. Se congregan, pierden dinero y tiempo, horas de sueño y incluso algún año de vida... y todo por que voy a visitarles. Me hacen sentir muy especial, y de su pasta están hechos todos los recuerdos de Berlín. Tenemos algo en común, y es que desearíamos, por unas horas, estar grilleando en Volkspark con una Berliner Kindl en la mano, o viendo atardecer un día más desde el puente de Warschauer Straße.
Se me acaban las palabras de agradecimiento con ellos.
Y para redondear la faena, salir con 52,5€ más en la cartera de Torrelodones, coger in extremis un avión que parecía iba a perder, llevar el dinero justo para comprar un billete de metro a casa y una postal de Valencia nocturna, iluminada de este a oeste, a través de la ventanilla mientras aterrizaba en Manises, son la mejor guinda para celebrar unos 25 años que, aunque bien, a cuestas llevo.
P.D.: Me intriga desde tiempo ha lo siguiente: ¿Quién sigue el blog desde Bochum?