domingo, 5 de julio de 2009

Berlín, el Regreso Prometido

De regreso a Berlín, una dosis contraindicada de Demerol estaba terminando con la vida del más excéntrico de todos los reyes del pop, Michael Jackson. Pero eso no lo supimos hasta poco después de que Edu nos recibiera como a unos jefes de estado en Schönefeld, con unas Steinburg en mano. También pudo haber acabado con nosotros la mezcla estomacal que gestamos justo antes de acostarnos, consistente en: dos cervezas por cortesía de Edu y Felipe, chocolate por cortesía de Bego, una currywurst con patatas y mucha mayonesa por cortesía de Q36, pacharán por cortesía de Paula y unos medicinales tragos de Veterano, por cortesía mía. Sin embargo, lo que sucedería seguía lo siguiente:


La climatología no ha acompañado durante el viaje en cuanto a lucimiento, sí en cuanto a temperatura, lo cual casi lo hemos preferido. Con la típica mononube plomiza instalada entre Dresden y Copenhague, el viernes salimos a acabar de visitar algunos míticos lugares que aún, inexplicablemente, nos quedaban en el tintero tras dos años de habitar Berlín. Victoria Park y la cruz de Kreuzberg se erigen coronando la cota más alta del barrio de moda actualmente en Berlín, evocan la revuelta popular de Berlín oriental del 17 de junio de 1953, y una cascada desciende la pendiente dejando un paisaje verdaderamente bucólico en uno de los corazones de la ciudad.


La Platz der Luftbrücke nos recordó el puente aéreo tendido sobre Berlín durante el bloqueo soviético entre 1948 y 1949 y aquella frase mítica de Ernst Reuter: "Ihr Völker der Welt, schaut auf diese Stadt". Y así de insignificantes nos sentimos al lado del recién clausurado Tempelhof, cuyo edificio sería el más grandel del mundo a su conclusión en 1941.


Nuestro recorrido continuó por zonas tan empapadas de historia como Friedrichstraβe, el Lustgarten y Unter den Linden, para terminar comprando un knusprige Ente en Hauptbahnhof y relamernos echados en el jardín del Reichtag, mientras tan pronto nos chispeaba el cielo como nos regalaba unos destellos de sol.


Podría afirmar que llegado a este punto, yo, que creía haber vuelto psicológicamente preparado para combatir el regreso con la firme convicción de estar donde quería estar, tuve las primeras dudas y reflexiones internas acerca de si realmente vivo donde me gustaría vivir y si realmente estoy condenado y resignado a no poder disfrutar de una experiencia similar nunca jamás.

Ya totalmente contagiados del buen aura de Berlín, fuimos a encontrar el nirvana en el chocolate caliente de un brownie del Burger King de la Straβe des 17. Juni, cuyo emplazamiento, según anotaciones de Ana, fue en su día la puerta de entrada al barrio de Hansa Viertel. Y tras el reencuentro con Edu y algunas conversaciones interesantes sobre temas banales como son la vida, la amistad y el amor, pusimos rumbo a casa para preparar la primera gran cita con la noche berlinesa.

Rindimos homenaje a Michael Jackson pinchando sus hits, intentando el moonwalk y venciendo a la gravedad como en Smooth Criminal. Comenzaron los primeros reencuentros y comentarios que auguraban una noche de lo más jugosa. El Kaffee Burger nos esperaba infalible como siempre, con buena música, gute Stimmung y una buena proporción de hembras que se dejaban querer, pero no caer, aunque siempre peco del too much talking.


Cuando llegamos a casa ya era muy de día y tenía la impresión de que la resaca nos iba a tener en coma al día siguiente. Pero hasta en eso nos fue bien, porque doña resaca nos respetó religiosamente, conscientes de que por mucho menos, otras veces, nos ha estado picando el cráneo las 12 horas siguientes.

Berlín Treptow era el objetivo del sábado. Con las bicis nos fuimos bordeando el Spree, buscando la paz y la amplitud de alguno de nuestros lugares favoritos. De camino dimos con un barco atracadado abandonado, Berlín en estado puro, el cual abordamos para sentirnos algo piratas, hippies, okupas... en fin, berlineses.


Tras atravesar una tupida pradera abierta como unos kamikazes, hicimos la primera pausa en el monumento soviético a sus héroes, el cual ratifico como lugar más sobrecogedor de todos los lugares que evocan Berlín como el escenario por antonomasia de la 2ª guerra mundial. Y mientras unos incívicos se lanzaban un frisbie por encima de la memoria y los cuerpos de 5000 soldados, nosotros volvíamos a conversar sobre temas banales como la vida, la amistad y el amor.


Al borde del Spree nos esperaba otra conversación, unas creppes, y una interesante teoría acerca de si las mujeres de las que nos enamoramos siguen algún patrón descriptible o parametrizable. Y retrocediendo hasta la East Side Gallery, descubrimos la redecoración del tramo de 1,3 km de muro, entre Ostbahnhof y el Oberbaumbrücke. La última parada de la tarde fue la concentración por Cristopher Street's Day, donde, quién sabe si más de un centenar de millar de personas de lo más variopintas mostraban orgullosos e impúdicos la bandera de su homosexualidad.


Hubiera sido una pena no compartir, al menos, una cena y una velada con el comando UPV que coincidía con nosotros en Berlín. Amaretto nos dió cobijo a una multitud de españoles, como otras veces, sin deslastrarnos los bolsillos y urgiéndonos a marchar sin sobremesa. Para terminar la noche, Alte Kantine con sus cuños visibles a la luz morada, su Michael Jackson y su 'me intento pagar la entrada con el Pfand'.

Al salir, como siempre, muy cocidos. Y Ali Babá nos salvaría la vida, preparándonos un kebab que al día siguiente estaría peleando fraticidamente con nuestra resaca, pero no nosotros. Porque nosotros teníamos una de las citas más reseñables con diferencia de mi estancia en Berlín. Paintball.

U5-Hönow. "Dieser Zug endet hier. Bitte alle aussteigen." Y un tipo muy extraño nos hace caminar 25 minutos, encontrando de camino un cartel que reza: "Brandenburg". Nos adentramos en un bosque y allí, en mitad de una zona despejada y agreste, el más clandestino y prohibido Paintball que uno pueda imaginar. Sin infraestructura, sin servicios, sin enfermería, sin monos de protección. Tan sólo unas endebles máscaras y las pistolas son el uniforme proporcionado por 2 freaks aficionados a la guerra y a las armas, quienes nos cuentan las normas mínimas de seguridad para no perder la vista en el campo de batalla.


En la trinchera, adrenalina pura. Si eres alcanzado: "¡Gotcha!" y con las manos levantadas. Si sucediera en la guerra, un cadáver. Para sobrevivir, encontrar una buena protección, tener buena puntería, ser invisible entre la maleza y jugársela cuando se asoma el pescuezo. En cierto momento deja de ser divertido. Es demasiado militar, demasiado real. No es un juego. O al menos, no está montado para que así parezca.


Un Grillen in-situ con unos buenos Steaks y unas Bratwurst, para nada olvidados por nuestro paladar, nos hacen recuperar el tono. Pero allí no hay cotenendores para tirar la basura, porque todo lo tiran al bosque contiguo, o a una caravana calcinada que tiene medio metro de mierda en su interior. Muy nazi. Muy denunciable. Muy berlinés.

Camino a casa, entumecidos, descubrimos alguna garrapata por nuestro cuerpo. Una ducha en casa nos purifica y bajamos a encontrar la última cena en un japonés de Bergmannstraβe, con Happy Hour a mitad de precio. Los camiones de limpieza todavía se emplean a fondo con los restos de la Cristopher Street's Day. Aún así, la calle está hermosa, y pensamos que es la Kastanienallee de Prenzlauer Berg o la Simon Dach de Friedrichshain.

Cócteles para el cierre. Las últimas conversaciones sobre temas banales como la vida, la amistad y el amor. Una cuenta que arroja una equivocación a nuestro favor, Bego desde detrás del cristal del N6 diciendo adiós y el último garito de Mehringdamm que nos sirve el peor pitraque del averno y nos echa de su terraza a las 3.30 a.m.


A las 5 a.m. suena el despertador de mi móvil. Una monstruosa fuerza involuntaria en mi interior desea apagar la alarma, seguir durmiendo hasta medio día, levantarse tranquilamente, desayunar Marmor tal vez, bajar a dar un paseo por Yorckstraβe y retomar una vida que me resisto a creer terminada.

Pasan 10 minutos y sigo en la cama. Edu y Felipe duermen. El sol lleva fuera más de una hora, aunque el día está nublado. La habitación de Edu es muy bonita, se nota que los arquitectos tienen una sensibilidad y un buen gusto especial. Es de sección pentagonal. Me gustan las cosas pentagonales, las cosas que tienen 5 elementos. Estoy mareado aún por los cócteles de 2 horas antes. Quiero dormir, dormir y despertar en Volkspark o en Wannsee...

...pero de repente un automatismo asentimental, programado en mí para estos casos de emergencia, toma el control y me levanta como un resorte del sofá cama. Me viste, me acicala, mete todas mis cosas aún esparcidas por la habitación en la maleta, y le da un emocionado abrazo a sus camaradas Edu y Felipe. Bajo a trompicones los 4 pisos del 91 de Yorckstraβe con Möckernstraβe, y al poner el primer pie en la acera, vuelvo en mí.

De repente me descubro arrastrando una pesada maleta de sonrisas y recuerdos, empapado en lágrimas, martilleteado por el traqueteo de las ruedas sobre el pavimento, ametrallado por mil caras y mil arañazos de corazón. La calle está desierta, sólo un hombre me sigue. Pero justo cuando me da alcance, se desvía hacia un familiar Tutti Frutti.

El camino a Schönefeld es largo y agónico. Pero Berlín ya está en marcha un lunes a las 6 de la mañana. Algunos, incluso, de muy mal humor, como la alemana gorda y nazi que me obliga a facturar la maleta por el centímetro de ruedas que no cabe en el validador de equipaje de mano. Entonces pienso que también Schönefeld se ha convertido en un aeropuerto muy nazi, donde EasyJet y Ryanair se disputan la cuota de mercado concentrando sus vuelos, hacinando a los pasajeros, sometiéndoles a largas esperas e incertidumbres y a ningún margen de maniobra.

Sólo algunos fotogramas tengo del vuelo a Madrid. El recuerdo de tener el gaznate muy seco, de ver a la muchacha de mi izquierda dormitar, de escuchar prepare for landing. Por suerte Blanca me esperaba con pa amb tumaca y una caña en la Plaza del 2 de Mayo, y Joan y Ana, cálidos, generosos y dispuestos como siempre, para comer conmigo y escuchar las inacabables historias de Berlín, la Tierra Prometida.


Estaba claro que tenía que terminar, pero... ¿No terminó demasiado pronto? ¿Cabe renunciar para siempre a vivir como antaño en Berlín? ¿Cómo sería Berlín sin la gente que la hizo mortalmente arrebatadora? ¿Cómo definir la calidad de vida de una ciudad? ¿Cómo hubieran sido estos días sin Felipe, sin Edu, sin Bego, sin Guti, sin Amparo, sin Laura, sin Míkel, sin Udu, sin Fede, sin Paula, sin Mariña, sin Steffi, sin Jana, sin Lisa...?

¿Realmente vivimos donde queremos vivir? ¿Realmente hacemos lo que queremos hacer? Antes de este viaje lo tenía muy claro... Después de él, no demasiado. Berlín es como una exnovia que te llama después de algún tiempo, y te propone cenar, y se acaba acostado al lado de ella derivando en extrañas segundas partes, o terceras, o quién sabe cuántas más.


Gracias a todos por este fantástico viaje. Sólo me queda decir, como en su día JFK:

"Ich bin ein Berliner".

2 comentarios:

J. Roigé Riera dijo...

¿Sabes? Eres homosexual.

Totes aquestes preguntes sempre ens les formulem i arribo a una conclusió...

I perquè no? et compensaria més una hipotètica vida a Berlín que la vida que portes ara a València? Si creus que et compensaria més, fes les maletes i ves-hi.

A vegades, prefereixo pensar que el que va passar va passar, i que si ara tornés a Berlín sense la meva gent, no seria el mateix. Per això prefereixo reunir-me em vosaltes, a València, a Madrid, a Dénia o allà on sigui per seguir disfrutant del millor de Berlín, vosaltes.

Bona nit

Anónimo dijo...

Estic amb Joan, el que fa especial una ciutat és la seva gent. Fa que cada racó d'ella cobre sentit i desperte algun tipus d'emoció.

Lamente molt haver estat desaparegut durant molt de temps. Moltes coses han passat que m'han ocupat per complet.

Ja parlarem. Ha sigut un plaer tornar a llegir-te. Pròxima parada, Saül. Però això ja serà un altre dia...

Un abraç molt gran!

Albert