martes, 23 de diciembre de 2008

Ensayo sobre la ceguera

Como José Saramago.

Hace algunos días fui testigo presencial de un breve periodo de cotidianidad de dos jóvenes invidentes, al coincidir en el tren con ellos en asientos prácticamente contiguos. Por lo que pude dilucidar, esta joven pareja estaba tan perfectamente adaptada a su tara, que eventualmente viajaban por colegios dando charlas sobre integración, y dejando que los niños les preguntaran con libertad acerca de su relación con el entorno y entre ellos mismos.

Al chico le sonó el móvil. Un tal Julián le llamaba para preguntarle cómo le había ido, y creo que fruto de esta casualidad, decidí poner mis cinco sentidos en un inocente 'espionaje', como si sintiese que tenían algo que contarme.

Era asombrosa la naturalidad de su comportamiento, de sus conversaciones. Asombrosa era también, no sé si ellos lo sabrán, la expresividad de su rostro cuando hablaban o sentían, como si hubieran conseguido ejercitar algunos músculos de más de la cara para suplir la circunstancia de que los ojos son el espejo del alma. Pero sobretodo, era fascinante la manera tierna y a la vez firme con que se querían. Y se querían tanto, imagino, porque se necesitaban.

Me asaltaron muchas preguntas, sobretodo alrededor de su relación. ¿Cómo puede nacer el amor con una persona a la que no se ha visto nunca? Pero al poco me di cuenta de que la vista es el más traidor de nuestros cinco sentidos, y por descontado que, sin ella, sería mucho más efectivo dar con una persona hecha a nuestra medida.

Si no tuviéramos ojos no exisitiría, tal y como lo conocemos, el enamoramiento y el amor a primera vista. No jugarían un papel tan importante las apariencias ni los prejuicios por nuestro físico o nuestra manera de vestir. Sabríamos reconocer a alguien interesante por su conversación, por su tacto, e imagino que la pituitaria habría evolucionado hasta convertirse en un sentido de captación de virtudes positivas, tales como la bondad, la honestidad o la humanidad, del mismo modo que respiramos y percibimos un aroma.

Y por extensión, imagino que la palabra 'xenofobia' nunca se habría inventado, y muchas conflictos entre etnias, culturas o religiones no habrían tenido lugar. A cambio, porque todo tiene un precio, nos perderíamos algunos paisajes por los cuales merece la pena haber vivido.

En resumen. Creo que me sería más fácil dar con una persona a medida, prescindiendo de la vista que haciendo uso de ella.

P.D.: Y ya que la entrada va de ciegos, vaya ciego este fin de semana, ¿eh, Joan?

1 comentario:

Noelia (Noedipa) dijo...

Lo peor de todo es que a veces no nos damos cuenta de cosas como esta si no tienes la posibilidad de vivirlo, como te ha pasado a tí.

Me habían hablado muy bien de tu blog, y aunque con las cosas en valenciano me cuesta algo, m'agrada molt llegir-te.

Un saludo desde Gran Canaria de una ex-Séneca de Valencia,

noelia