Cuando elegí ser alumno mentor de un Erasmus, solicité expresamente fémina alemana o, en su defecto, fémina germanoparlante, lo que me abría de alguna manera las puertas a Austria y Suiza. Quizá debí haberme dejado de ostias y haber optado en el campo 'nacionalidad' por Polonia.
El caso es que supe al poco que una tal Jana Müller me había sido asignada. Inevitablemente comencé a hacer cábalas de cómo tendría que ir todo. Le mostraría mi simpatía por correo, la recogería en el aeropuerto, la asistiría en los primeros días y, con el tiempo, esperaría introducirme entre su grupo de amigos/as Erasmus para tener de dónde picar un poco.
Y lo cierto es que mi plan no poseía, así a groso modo, ningún otro cariz que no fuese altruista. Pero de alguna manera, el 'Comité Celestial de Acciones Impuras' (C.C.A.I.) debió reconocer una veta de deshonestidad en mis acciones, y resolvió premiarme con una alemana parda y poco despabilada, que se vino acompañada de su novio durante la primera semana, y que una semana después de haberse ido todavía no había hecho ningún amigo/a. Y es que, en hacer amigos, los alemanes son una extirpe aparte.
Dios, si existe como el bosón de Higgs, sabe bien cuán notorias son las molestias que, pese a todo, me he tomado con la alemana. Por eso me encomendé a Él para que lo obrase todo con vistas a que Jana terminara en un piso con jóvenes simpáticos y con sangre en el cuerpo. Pero Dios estaba de vacaciones, y Jana fue a terminar en un piso cerca de la playa, al lado de un barrio de gitanos, viviendo con dos francesas jovencitas.
Bien es conocido por todos mi rechazo por todo lo relacionado con Francia, especialmente su lengua y sus mujeres. Así que, por mi calidad de francófobo (debería de editar una entrada en la Wikipedia para este término) no contaba con que, la cena de 'bienvenida al piso' (Einzugsabendessen) fuese para tirar cohetes.
La buena de Jana preparó algo ligero para las 8 de la tarde: 'Bratkartoffeln mit Rüherei', que viene a ser patata asada con huevo revuelto con bacon. Y las gabachas, óbviamente, se ajustaban a los estereotipos que abomino. La una daba un 'match' al 98% con esa francesa estirada, bohemia, con morritos y poco comunicativa que todos tenemos en la cabeza. La otra, aunque algo más maja pero, al mismo tiempo, desconfiada, rozaba los 1.55 m de altura, era la viva imagen de Javier Aller, que recordaréis de algunas perlas del cine español como: 'El robo más grande jamás contado', 'El milagro de P. Tinto' y 'Mortadelo y Filemón'.
Hay cosas que al hacer resumen sólo aciertas a decir: "podía haber ido algo mejor".
P.D.: Con Edith Piaf, mi francofobia hace la vista gorda...