Dios, en agosto, está de vacaciones.
Y la ciudad palpita lentamente, aletargada. Todo sucede a cámara lenta como en una película de Zack Snyder. Y lo peor, los sueños ni avanzan ni se retrasan; tan sólo se estacionan a la espera de una estación (valga el juego de palabras) más adecuada.
No hay forma de hacer planes en agosto. Los amigos están de vacaciones, y cuando se dejan ver uno tiene que trabajar. Nuestros músicos favoritos no sacan disco, nada bueno echan en los cines y M80 suspende “No somos nadie” hasta septiembre.
Son un asco los agostos, porque todo ha terminado y todo está volviendo a empezar. Yo recuerdo con nostalgia el campamento, extraño la gente y maldigo el veloz paso del tiempo. Pero ni puedo volver atrás, ni puedo ir hacia delante. Porque agosto me aferra pertinaz un grillete a los pies, y su sol, como un plomo, se apoya en mis hombros y me provoca un pesado caminar.
Caminar hacia septiembre y hacia Castellón, hacia una vida nada estimulante y nada apetecible de vivir. Hacia una ciudad y una rutina sin ningún gancho, sin ningún reclamo. Hacia la pereza de empezar una nueva vida en una nueva ciudad, con nuevos amigos, en un nuevo hogar, con la inquietud que provoca la incertidumbre.
Y es que Dios, en agosto, nunca echa una mano porque está de vacaciones.
1 comentario:
por esa razon debes pedir el traslado a Madrid!!! en Septiembre todo el mundo esta moreno de las vacaciones y los reencuentros se suceden hasta casi noviembre!
vivir aqui te gustaría :)
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